La sevicia del ser

Saber quisiera yo dónde queda la instrucción, dónde el “savoir faire”, dónde la pleitesía y los buenos modales fueron.
Con doble intención sale la ofensa, y duele saber, que más sirve al que no tiene el poder de ofender y sin embargo derecho al escarnio cree tener.
Oídme, pero oídme bien, nunca demos alas a la ignorancia, a la intolerancia, a la falta de educación y respeto. Nunca se puede seguir el juego a quien no merece ser invitado a jugar.
Pobre de aquel que, en vacío sentimiento, con palabras necias se consuela, pobre de espíritu aquel que con el daño ajeno se contenta, pues la vida en su infinita sabiduría pone a cada cual en su lugar más al que creyó ofender y con malvadas artes palabra dio, en su contra y para él de nuevo le volvió.
Ante todo esto hay que seguir y seguir con amor, que él si se dé, ya que con amor, respeto y valor tan sólo el ser es; y el que no lo merezca por ofendido no se dé pues nada en este mundo obliga a coger lo que con principios no se dé.
Pobre sombrío y negro corazón el de quien queriendo agraviar su agravio le volvió.
Para ofender no sólo hay que poder sino también merecer, y quien sólo amor dé sin saber a quién acreedor no crea ser de tan indigna y reprobable merced.
Vida sigue dándonos aliento, amor y aunque prohibidamente esté se dé, sea pues, que los que aquí seguimos dignos somos de ese amor. Olvidemos al que no sabe lo que dice ya que nunca, oídme nunca, ofender podrá por ese derecho no ostentar.
Adelante siempre, adelante vayamos y que seamos muchos más los que contra la intransigencia, la injuria y la crueldad luchemos en férrea igualdad.